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Así era MiAlmendro antes de morirlo


por

MiAlmendro

Así quedó su lugar

4/2011

 

2ª Carta Abierta al Alcalde de Madrid

 

5/02/2011

SeñorAlcalde:

Aquí estoy otra vez hablándole de MiAlmendro, ése que ya no es porque a algún gobernante de su Ayuntamiento quizá se le antojó que tanta rusticidad en un árbol era poca cosa para barrio tan principal.

Verá usted; si por mí fuera, dejaría de darle la vara con lo del Almendro malamente arrancado de su esquina, porque, después de tantos años por estos mundos de Dios, ya tengo el cuerpo hecho a perder paisajes urbanos, que es lo mismo que perder memorias. No puede usted ni figurarse lo que ha cambiado esta Ciudad, vista desde la desmemoria en la que yo jugaba con cubo y pala en la arena del Paseo de la Castellana, allá junto al Palacio que la piqueta y un arquitecto famoso convirtieron en una especie de panteón de mármol negro con un Fenix encima de donde parece que van a salir volando almas en pena.

Decía mi madre que ella, cuando era chica, había visto lobos en lo que fue Palacio de los  Medinaceli, me pienso yo que por entonces, como no se afinaba tanto en el decir, lo que vería serían pastores alemanes; pero yo siempre le entendí algo así como lobos del cuento de Caperucita. Ahora es, entre otras cosas, Museo de Cera.

Pero volvamos a lo de MiAlmendro. Una no es a estas alturas de la vida más que la mandadera de esa esquina, en la que parece que hayan escarbado los lobos de la memoria de mi madre. El caso es que, aquí, entre nosotros, ese lugar no está precisamente adecentado y, aprovechando el descuido de tierra en barbecho, le aseguro yo a usted que dentro de poco el alcorque hará funciones de retrete de perros grandes y chicos.

Sin embargo, mire usted, si plantásemos allí un almendro, la cosa se adecentaría. ¿No piensa usted lo mismo?

No, si al final, va a llevar usted razón. Que nos ponemos muy cansinos cuando vamos metiéndonos en años. Pero también debe usted entender que, con esta edad, no nos queda otra que aferrarnos a los amores pasajeros y callejeros como si fueran bastones donde apoyar la vejez.

Estos días de yelos no hago más que pensar dónde habrá ido a parar la madera de MiAlmendro, tan vaciada ella de sabia recién fermentada.

¡Si usted supiera cómo he amado a ese arbolillo sin futuro…!

Mire usted; aquí mismico se lo pongo lo que le escribí un año, cuando me entraron a mí en el cuerpo los miedos a que algún arboricida me suicidara mi bastón florecido. No me negará usted que la gente de Mágina somos Mágicas…porque lo que ha pasado lo estaba viendo venir yo.

 

 

OTRA VEZ A MI ALMENDRO

 

Jamás almendro alguno

floreció tan amado como tú

árbol ramero, inmóvil,

apostado en la esquina

de todos los hollines de Madrid

entre La Castellana y mi memoria.

 

Convecino de todos los Febreros,

copulabas inviernos incoloros

para engendrar  cenefas

de rosa filigrana temporal

efímeras igual que los corpiños,

nómada ofuscación, flores adúlteras

ofreciendo impudores apretados,

como pechos desnudos de mujer

perdida en las esquinas de la noche

sin que nadie requiebre su lujuria.

 

Te amé –te sigo amando- almendro

como se sigue amando a la tristeza

mil veces florecida y desojada

a fuerza de ser triste;

como se ama la flor incongruente

privada de perfume, ciudadana...

 

Como se ama el sarmiento del que cuelga

la soga criminal de una guirnalda

que pudo ser. Y fue: flor de suburbio

donde se ahorcaban sumisas, una a una

todas las imprudentes Primaveras.

 

         ¿De verdad que no se le remueven las entrañas…?

 

 

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