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						4/2011 
						
						3ª Carta Abierta al SeñorAlcalde de Madrid
 
						
						  
						6/02/2011 
						SeñorAlcalde: 
						¿Le extrañaría saber que 
						un almendro urbano puede llegar a ser una disculpa para 
						volver mil veces a los mismos Lugares, a las mismas 
						esquinas de siempre? 
						No, no estoy hablando de 
						la esquina de Capitán Haya con Francisco Gervás, ya 
						terrosa y marchita bajo la mano municipal y espesa 
						de quienes talan árboles por el sólo placer de quitar 
						sombras allí donde el sol aprieta vejeces sin apagar.
						 
						Me refiero al regreso a 
						ese paisaje imperecedero de la turbación eterna que es 
						el amor. Al paisaje de las emociones. 
						Lo que pasa, 
						SeñorAlcalde, es que las personas necesitamos de los 
						símbolos, como los pulmones necesitan del aire para 
						seguir caminando, y como el corazón necesita de la 
						sangre para seguir latiendo y regando eso que ha dado en 
						llamarse vida. 
						¿Cómo podría 
						explicarme yo para hacerme entender? Cuando de emociones 
						se trata, siempre me faltan palabras. ¿Cómo explicarle 
						que MiAlmendro era un símbolo de lo que una 
						muchachita de pueblo como  yo hubo de recorrer hasta 
						convertirse en lo que mi amigo y compañero de poemas, 
						Xavier, denominó como La Mágica 
						Señora de Mágina? 
						¿O será la edad lo que 
						convierte a las muchachas en señoras; lo que me ha 
						convertido en una dama, trasnochada nodriza de 
						almendros? 
						Un humilde almendro, en 
						mitad de este Madrid de engreídos madroños y de 
						majestuosas coníferas, de añosos robles y de solemnes 
						rosales, es el gran símbolo de la hospitalidad 
						capitalina. 
						Mientras haya un solo y 
						manso almendro en alguna calle de Madrid, 
						SeñorAlcalde, cualquier caminante de paso sabrá que 
						puede echar raíces en esta Ciudad de todos y de nadie. 
						Mientras, con cada Febrero, vuelvan a florecer los 
						almendros de Marzo, yo le aseguro que el tiempo nos dará 
						treguas para volver a amar lo perecedero y regresar al 
						mundo de lo impensable. 
						Lo que hoy trato de 
						decirle, SeñorAlcalde, es que, hasta un árbol tan 
						tímido como un almendro, puede llegar a convertirse en 
						una razón de ser, si alguien lo ama desde que apunta la 
						juventud hasta esta madurez de ahora, huérfana de lo 
						poco que verdaderamente seguía amando: de mis flores de 
						siempre. 
						¿Ve? Le estoy diciendo 
						que ese almendro, MiAlmendro, era algo así como 
						mi padre y mi madre juntos; porque siendo mi padre y mi 
						madre, puedo ponerle nombre a la forma en que me siento: 
						HUÉRFANA DE LAS FLORES DE UNA ESQUINA DE MADRID. 
						 
						Podría vanagloriarme de 
						haber adoptado a MiAlmendro, de ser yo su madre, 
						y él mi hijo…Pero, ¿ha caído usted, SeñorAlcalde, 
						 en que no hay nombre con que mencionar a quien pierde 
						un hijo?  
						Usted no sabe lo que es 
						eso, y ojala no tenga que saberlo nunca. 
						Quienes pierden a sus 
						padres son huérfanos; quien pierde a su marido es la 
						viuda de…  
						Pero, ¿cómo llamar a 
						quienes pierden a un hijo? 
						Perder un hijo es algo 
						tan antinatural, tan desmedido, tan brutal que nadie se 
						ha atrevido a ponerle nombre al progenitor que le 
						sobrevive.  
						MiAlmendro 
						pudiera haber sido mi hijo; pero ahora me encontraría 
						sin nombre para mi pena, y, sin nombre, tendría que 
						renunciar hasta a estar triste.  
						Porque no hay 
						realidad sin que se pueda ponerle un nombre; ¿No cree,
						SeñorAlcalde? 
						MiAlmendro, 
						después de arrancado, es una irrealidad, un algo que me 
						ha arrebatado hasta un posible título y un derecho a 
						pensión compensatoria. ahora es una nada.  
						Es la nada. 
						Pero pudo ser tantas 
						cosas… 
						Quizá usted, que tanto 
						manda en esta Villa, pueda llenar esa calle de almendros 
						que me devuelvan lo que fui y lo que quisiera ser 
						mientras lee estos versos: 
						 12/2011 
						
						
						ERA MiAlmendro 
						
						  
						Ya 
						lo sé: 
						No 
						era ni un abeto, 
						ni 
						un magnolio, 
						ni 
						un árbol con blasones, 
						ni 
						una heráldica sombra 
						con 
						divisas. 
						Era 
						sólo un almendro: 
						un 
						rufianillo, 
						un 
						árbol sin futuro, 
						
						jactancioso; 
						un 
						infractor urbano, 
						un 
						indiscreto 
						
						pedante y vegetal, 
						
						advenedizo. 
						Una 
						florestación inoportuna, 
						un 
						buscavidas, 
						un 
						fisgón de la noche, 
						un
						ChuloPutas, 
						una 
						adulteración de primaveras, 
						un 
						ignorante, 
						
						quizá un chisgarabís, 
						un 
						callejero, 
						una 
						zascandil de paso 
						un 
						buscavidas, 
						un 
						charlatán florido, 
						
						un febreroso 
						
						marceando a destiempo, 
						
						equivocado 
						
						tiritando de frío, 
						sin 
						tabardo, 
						
						perplejo en un Madrid 
						
						municipal. 
						Un 
						impostor del Sur, 
						un 
						indiscreto, 
						un 
						borracho nocturno, 
						un 
						sinvergüenza 
						
						marchante de lisonjas florecidas… 
						Un 
						rústico labriego, 
						un 
						mercachifle 
						
						disfrazado de hidalgo 
						
						augusto, arzobispal, 
						
						capitalino. 
						Pero 
						ese almendro era, 
						
						amigos míos, 
						la 
						cábala asombrosa 
						del 
						humo, 
						
						MiAlmendro 
						confidente, 
						mi 
						disculpa, 
						mi 
						rama germinada, 
						mi 
						cayado, 
						mi 
						presencia del Sur, 
						mi 
						ennortamiento, 
						mi 
						acólito chismoso 
						mi 
						tiempo sin memoria, 
						mi 
						amante. 
						
						  
						Mi 
						otro yo… 
						
						  
						Él 
						era la presencia, 
						la 
						gasa fantasmal 
						de 
						otros almendros muertos 
						en 
						mitad de la noche; 
						la 
						fiebre 
						sin 
						una mano fiel 
						
						posada en la nidada de sus flores 
						
						durante su agonía. 
						
						  
						Él 
						era la certeza: 
						ese 
						conjuro 
						de 
						almendros enterrados 
						sin 
						mortaja, 
						de 
						amores ya difuntos, 
						
						fenecidos 
						
						antes de consumarse 
						en 
						el abrazo. 
						
						  
						
						Mi almendro era 
						MiAlmendro. 
						
						  
						Eso 
						es todo. 
						  
						
						
						GavYola en CasaMora. En un seis de Febrero de 
						2011.       
						Por 
						si a usted le pidiera el cuerpo contestarme, aquí le 
						dejo mis señas: 
						
						[email protected]
						      
						
						GavYola 
						en CasaMora. En un 3 de Febrero de 2011 
							
							
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