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					 Por Gaviola de Aznaitín. 
					Mi estimado DonJaimePeñafiel, y de mi mayor 
					consideración: 
					Vaya por delante que lo del “Don” es por lo de cumplir 
					precepto de tratamiento de bachilleres, que supongo que 
					usted lo es; y lo de “de mi mayor consideración” es puro 
					formulismo epistolar; que no estoy yo por la labor de que, 
					por omitir semejante tontuna, acabe usted reconociéndome un 
					“pedigrí” que yo detesto, y acabe comparándome con uno 
					cualquiera de mis linajudos caniches. (Lo de el “usted” es 
					pura cautela… Ya sabe: como lo de aquel Decano de galaico 
					Colegio de Abogados que, en cualquier portillo, siempre le 
					cedía el paso al Presidente de la Audiencia, dejando dicho 
					de antemano que lo hacía por razones de seguridad personal 
					para garantizarse el no dejar peligro alguno a retaguardia. 
					Le digo esto, no sea que tuteándole yo, a usted se le 
					arrodee el genió contra mi plebeyez y me ponga de chupa de 
					dómine).  
					Pues, a lo que estábamos: que sabrá usted que estaba yo 
					leyendo hoy en El Mundo su docta y doctoral 
					croniquilla azul y rosa dominguera y, de repente, se me ha 
					ido un repullo de padre y muy señor mío. 
					        Parece que lo estoy viendo. En este mismo momento ya 
					estará usted afilando la punta de su lengua para decir: pero 
					¿se puede saber quién es ésa que me lee en el periódico 
					El Mundo sin ser capaz de entender algo de lo que tan 
					juiciosamente digo? 
					        ¿Ve usted? Las cosas como son; en eso lleva usted 
					razón. 
					¡No entiendo nada!  
					De lo que yo quería hablarle es de los remilgos y los 
					melindres que le está usted haciendo al matrimonio de la 
					SeñoraDuqueda-de-Alba. Para mi gusto, se está poniendo 
					usted una mi’ajilla rapituso. 
					Mire, MuySeñorMío, vamos a ver: ¿quiere usted 
					explicarle a una servidora dónde está sancionada la norma, o 
					en qué CatecismoRipalda, o en qué Código-de-Hammurabi 
					está escrito que una señora metida en años no pueda volver a 
					casarse, y menos con un jovenzano con más potencias que la 
					corona de un santo? Una tiene derecho a enterarse del porqué 
					de sus salmodias, no sea que le entren antojos de incurrir 
					en semejantes deslices sin acabar de saber dónde encuentra 
					usted el desatino. 
					Porque, un suponer. Para no mentar a 
					extraños, hablemos de ElMío, que, antes de 
					legalizármelo, tanta trabajera puse yo en ventilármelo por 
					esa liturgia del pendoneo que a usted no se le cae de la 
					boca.  
					Pongamos que el muy desconsiderado va y 
					la espicha, y me deja como el reverendo DonAguirre 
					dejó a LaSuya: desparejada y con calenturas tercianas 
					extendidas por todo el cuerpo como les sucede a “las ellas”, 
					y no solamente al sur del ombligo como les pasa a “los 
					ellos”… Y por seguir poniendo, lo cual es mucho poner, 
					pongamos que, en semejante trance, se me arrima, a estas 
					alturas, un maromo de esos que llevan en todavía la mocedad 
					en la boca, y me dice que ea, que vamos a juntar lindes, 
					-que, por si usted no lo sabe (aunque usted lo sabe todo) es 
					como se decía en mi pueblo cuando a un alguien de 
					presencia primorosa lo enmaridaban mismamente con una 
					álguiena algo fachendosa, pero cuyas tierras eran  a las 
					puestas de sol como las del FelipeII. Y luego, a la 
					hora de…, usted ya me entiende, apagaban la luz, y a 
					oscuras, se ponían a hacer chiquillos en ralea, sin pedigrí, 
					y más feos que pegarle a un padre, pero más herederos que un 
					Onassis… 
					Y si, encima, -seguimos en el supuesto- 
					el alguien manifiesta buena disposición en aliviarle 
					a la álguiena  las purgaciones de la falta de coyunda 
					carnal a cambio de empezar el tajo por la coyunda 
					sacramentada, ya me dará usted razón de por qué le pone 
					tantos estorbos a la sacramentalización de la jodienda por 
					purititas razones cronológicas en la fecha de nacimiento de 
					la miembra. 
					(Ministra 
					DoñaBibiana dixit y una servidora remeda por ver si es 
					la manera de llegar a ministra). 
					No; si ya se sabe que el calendario 
					arruga todo en el personal, y que aquello de “la arruga es 
					bella” era una fullería de las feministas para no plancharle 
					los calzones a sus legítimos. ¡Qué le voy a contar yo a 
					usted que usted no sepa! Aunque tengo para mí, 
					DonJaimePeñafiel de mis entretelas, que usted lo hace 
					por una mera cuestión de disfunciones.  
					Pero, mire usted, DonJaime, hay 
					algo que, a lo mejor, no lo tiene usted puesto al día, y es 
					que las mujeres, por muy viejas que seamos, no nos 
					disfuncionamos hasta que no tenemos firmado y sellado el 
					certificado de defunción cerebral; y aún así… Que, 
					mismamente, una servidora, que sin ser de la quinta de la 
					SeñoraDuquesa no le anda tan lejos, todavía se alborota 
					y se remueve cuando ventea el paso de potrancos de hechuras 
					desenvueltas, manos delanteras finas, grupa respingona y 
					reluciente, corveteo jacarandoso, corvejones bien plantados 
					y aparejo enjaezado y guarnecido para remontas en 
					condiciones y largas cabalgaduras. 
					Claro que, en diciéndolo de semejante 
					manera, tan “a la pata la llana”,  y mentando  y metiendo de 
					por medio tales animalerías, una se pone en el trance 
					de que usted le aluda todo eso del pedigrí, lo del “serlo y 
					parecerlo”, lo del pelaje y lo del pendoneo palatino, por 
					ausencia de casta o abundancia -¡quien no los pudiera 
					pillar!- de maridos periódicos puros. 
					Lo cual que, bien mirado, y aunque a 
					usted le escueza en el certificado de pureza linajuda, eso 
					de poder pendonear es una ventaja, se tenga la edad que se 
					tenga, y se esté en una residencia para viejos andrajosos o 
					en un palacio ducal. 
					Yo, aunque me esté mal decirlo, puedo.
					 
					A usted no le voy a preguntar por puro 
					miramiento. 
					Y, en lo que hace a la SeñoraDuquesa, 
					yo le convidaría a usted, DonJaime, a que le mire a 
					la cara y me diga luego si son las arrugas, la duquesed 
					o las averías octogenarias  las que le sacan a usted ese 
					genio, y las que debieran haberle ultimado a la Duquesa el 
					despropósito de creerse con derecho a volverse a enamorar, 
					siquiera sea por lo que le quede de vida. 
					Por cierto, que si usted me lo 
					consiente, DonJaimePeñafiel, beneficiándome de su 
					confesada liberalidad, y aprovechando que esta carta es en 
					abierto, y que la voy a poner en mi escaparate particular (www) 
					 antes de que alguien me suelte un soberano ¡por qué no te 
					callas!, quiero desde ella darle un mandadico a MiDuquesa: 
					Mire, Señora, usted a lo suyo: a 
					casarse, y a darle gusto al cuerpo a la cobija de otro 
					cuerpo de andar en bata y zapatillas. Alégrele usted a ese 
					hombretón las pajarillas como usted sabe hacerlo para que no 
					tenga que meterse, como hacen muchos, en correajes y 
					verdugazos, bitoques y manoseos calculados a golpe de 
					cronómetro, arrumacos de diez minutos y jugueticos de esos 
					de usar y tirar que tanto se llevan ahora entre la 
					GenteBien, para tener que acabar lamiéndose a solas sus 
					propios aborrecimientos cuando pasa el espasmo sin que nadie 
					les diga ahí te pudras. Ya sabe usted: las mujeres somos más 
					tontainas, o, como dice una prima mía que es de lo más 
					leído, somos menos sicalípticas y menos sinuosas. Pero a 
					jocundas y enamoradizas, no hay quien nos gane. Y si somos 
					viejas, con más razón, porque tenemos menos tiempo que 
					perder y las mismas ganas de festejar y de que nos festejen 
					a diario sin intermitencias ni tiempos muertos. 
					Usted, a juntarse con quien sea antes 
					que tener que verse en el atolladero del dale-que-te-pego
					del gustirrinín hurón y solitario. Que la autogestión, 
					además de ser pecado de los de “y-cuántas-veces”, no 
					está hecha para nosotras, las viejas que aún podemos. 
					 
					Sabrá usted que Casas-de-Señoritos
					hay pocas y de material de desecho. Y las casas de 
					Señoritas-de-CompañíaVisaOro son todavía patrimonio de 
					prójimos varones que, por lo que dicen por ahí, se ven 
					precisados de pendonear a sus anchas –no sé yo si a sus 
					largas también- a tanto la hora; porque hay que entender que 
					el varoneo tiene sus dependencias, y a los pobres 
					míos dicen que se le agarran a las ingles semejantes 
					urgencias que los obliga a los angelicos a pendejear como 
					buenamente pueden.  
					Así que, antes de que el tiempo le 
					apolille la lozanía del material, hágase usted con él un 
					buen abrigo. Yo que usted no me lo pensaría dos veces. Algo 
					tendrán el mocerío que los viejos echan en falta, cuando los 
					veteranos tienen que andar criticándolo para buscarse 
					consuelo. Le digo yo, SeñoraDuquesa, que a mí, con 
					perdón, entre nosotras, y sin que quiera incomodarla, cada 
					vez me gusta más ser prójima y me da más lástima de 
					los aprietos de los prójimos metidos en años; porque 
					me recuerdan a las vacas del cortijo donde me crié; que el 
					día que el gañán se descuidaba en ordeñarlas, se pasaban la 
					noche berreando de padecimiento como si les estuvieran 
					pidiendo de prestado sus chotillos a las más jóvenes para el 
					alivio de las ubres. 
					 Lo de casarse a destiempo tampoco para 
					ellos está tan mal mirado, aunque en la ceremonia parezcan 
					abuelitos disfrazados de pimpollos para la 
					PrimeraComunión de sus nietas. Y ellos tan orgullosos, 
					sin que nadie les tenga que poner en claro cuántos años les 
					sacan a sus segundas o terceras legítimas, y cuánto les 
					cuestan el banquete nupcial. Así que, Señora, usted hágame 
					caso; no le eche cuentas a la edad de su NuevoAmor y 
					tírese al agua de cabeza antes de que le vacíen la alberca 
					por las cañerías del espiche.   
					Si alguien le pone algún reparo, 
					SeñoraDuquesa, usted me lo factura a mi Despacho, a ver 
					si puedo sacarle una pasta gansa con la disculpa de leerle 
					de corrido la Ley de Igualdad 
					de miembros y miembras, y enseñarlo en las resultas 
					de la discriminación agazapada en pedigrises, pelajes 
					y pingajillos.   
					Y ya de paso, aunque sólo sea por echar 
					unas cuantas risas, ¿quiere usted que le echemos cuentas al 
					listado de Señores-con-Pedigrí que le doblan la edad 
					a sus seductoras SegundasCónyujas? 
					Ésta que lo es… 
					(¿Lo soy?) 
						
 
 
							
							
							
							
							LEY Orgánica 3/2007, de 22 de marzo, para la 
							igualdad efectiva de mujeres y hombres. |  |