Déjame
soñar que sueño con maremotos sin olas, con sures sin sangres ni
miserias, con miradas que no buscan beneficios detrás de las manos
abiertas.
Se
han desbocado los corceles
del miedo esdrújulo
a la voz y el beso:
celotipias que retumban
en las ventanas del pánico
antes de cerrarse
al misterio de los ojos.
Déjame
soñar que sueño con cuchillos sin heridas, con amores que no se
trucan, con latifundios sin caciques ni mendigos, con islas sin abismos
que perduran lejanías.
Poder
decir
mañana y risa
sin que se quiebren las palabras;
piel y brazo
sin que se quemen ausencias
en las simas ocultas
de dolores de ida y vuelta.
Déjame
soñar que sueño con barcos sin capitanes y fusiles sin cañones, con
escobas sin escombros o libertades sin iras, con paredones trasparentes
de flores tiernas sin estiércoles cautivos.
Rememorar
los latidos cercanos
que sostuvieron los hombros ardientes
en letanías de bocas domeñadas para el júbilo
por las avenidas en donde las letras bailaban encuentros y labios.
Déjame soñar que sueño con un archipiélago que flota y nace al
amparo de la voz abierta, sin opacos, sin barruntos laterales, sin
caretas oculta.
Luis
E. Prieto
Septiembre-05 |
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CAYERON
LAS ESTRELLAS
(Joaquín
Tena Bengoechea)
Sus
labios no recorren la noche desde que cayeron las estrellas:
era un lugar de ruinas y de cuentos cerca de la madrugada,
de historias de guerra contadas por abuelos,
y de gritos contenidos.
Alguien buscaba albahaca
o menta
o caña de azúcar
o el rumor del agua;
pero sólo había cánticos de iglesia
y un himno de cadetes.
Cayeron
tan pronto las estrellas que no fue consciente de la inminencia del
caos.
Pero se borraron los caminos como cuando llega un huracán a tierra,
y tuvo que andar a tientas con un bastón blanco en la memoria,
y un himno colegial raspando el cráneo,
recorriendo vértebras,
tendido como un telón de terciopelo,
como una vulgar mordaza,
que a nadie importaba.
Porque
las estrellas, cuando caen, no encuentran apoyo para erguirse, y por
siempre jamás se hunden en los mares de lodo de la tierra.
Porque
la Vía Láctea
sólo
es camino para los santos del calendario,
y alguien tenía los pies desnudos.
Tuvieron
que pasar años por decenas
para poder caminar sobre los vidrios que dejaron
tantas estrellas rotas,
tantos destellos en los ojos
y el sonido de miles de cláxones impertinentes.
Joaquín
Tena

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